Y2K: El apocalipsis tecnológico que nunca fue (y que nos costó millones)
El 31 de diciembre de 1999, el mundo entero esperaba el año 2000 con una mezcla de euforia, miedo y un montón de películas en VHS que prometían un futuro lleno de hackers y robots asesinos. En el aire se respiraba un apocalipsis inminente gracias al famoso «Y2K bug», una falla tecnológica que, según los expertos, podría hacer que desde las tostadoras hasta los sistemas bancarios colapsaran a las 00:01 del nuevo milenio. Spoiler alert: no pasó nada.
Pero volvamos a 1999, un año donde el internet era más lento que un caracol con jet lag, los discos de 128 MB eran considerados de alta gama, y el MSN Messenger era la cumbre de la interacción social. ¿Streaming? Eso era lo que hacías con el agua de la manguera en verano.
El origen del «problema del milenio» se remontaba a 1951, cuando los programadores decidieron ser ahorrativos y almacenar las fechas usando solo dos dígitos para el año. ¿Por qué usar «1900» si puedes escribir «00»? Claro, nadie pensó en lo que pasaría cuando llegáramos al 2000. Avancemos unas décadas y, de repente, Mary Bandar, una abuela de 104 años, figuraba como una niña de 4 años en un registro escolar, y latas de carne eran rechazadas porque aparentemente llevaban 80 años caducadas.
La psicosis colectiva alcanzó su clímax en los 90, cuando expertos advirtieron que el Y2K podría provocar desde la caída de los sistemas bancarios hasta el fin de los vuelos comerciales. Aerolíneas, hospitales y hasta los ascensores fueron preparados para lo peor, mientras las noticias nos asustaban con predicciones apocalípticas. Lo cierto es que millones de dólares fueron invertidos para arreglar este error, y cuando llegó el esperado momento… no pasó nada. Literalmente, nada. Las computadoras seguían funcionando, los aviones no cayeron del cielo, y las tostadoras continuaron dorando pan como si nada.
Hoy, más de dos décadas después, el Y2K es un recuerdo que nos hace sonreír y suspirar por aquellos tiempos más simples, donde los errores tecnológicos nos unían en el miedo… y en la risa.